13 de abril de 2018

Letanías evaluadoras

(Publicado en Escuela el 10  de abril de 2018)

En clase atender y entender. En casa hacer las tareas y estudiar. Así de simples son para muchos las claves del éxito escolar. A lo primero el buen alumno debe dedicar todo el tiempo que pasa en la escuela. Y a lo segundo todo el que necesite fuera de ella. Los padres deben educarlo bien para que el profesor pueda ocuparse de lo suyo: de enseñar, eso que mayormente consiste en explicar. Las familias también deben estar muy pendientes de los deberes, de que el alumno los hace, de que estudia a diario y de que se sabe bien la lección. Así que si los padres colaboran y el alumno se esfuerza todo irá bien y el profesor lo reconocerá poniendo un aprobado, un notable o incluso un sobresaliente, según el mérito y la capacidad de cada cual.

El éxito escolar es, por tanto, muy simple. Y también el fracaso, que es solo su negativo. El insuficiente llega por no entender, por no atender y por no estudiar. De hecho, esas son las bases de las letanías dominantes en muchas reuniones de evaluación. Por un lado, las del esfuerzo: “en mi clase no atiende”, “en casa no estudia” “no me trae las tareas”… Y por otro, las de la capacidad: “no se entera de nada”, “está en su mundo”, “le cuesta”…

Así que las variables que condicionan el aprendizaje escolar parecen bien sencillas. Se limitan a dos verbos: querer y poder. De su combinación resulta una taxonomía que distingue cuatro tipos de alumnos: los que pueden y quieren (“da gusto con ella”), los que quieren pero no pueden (“es muy corto, pero trabaja mucho”), los que pueden pero no quieren (“no le dediquemos más tiempo, no se lo merece”) y los que ni quieren ni pueden (“no hace nada aquí, mejor estaba en otro sitio”).

Este diagnóstico binario que todo lo centra en las aptitudes y en las actitudes de los discentes se corresponde con una atribución también dual por los docentes de las responsabilidades en el aprendizaje. De modo que, más allá del quod natura non dat…, los únicos que podrían hacer algo para promover el éxito y evitar el fracaso serían el propio alumno (“tendría que cambiar y ponerse a ello”) y sus padres (“tendrían que estar más encima de él”). El profesorado, el currículo o el contexto sociocultural, institucional y normativo no serían variables con efectos diferenciales en los aprendizajes, sino constantes naturalizadas, y por tanto inmodificables, de las que solo cabe esperar funcionamientos inerciales.