30 de mayo de 2016

Leer antes de firmar

Algunos docentes se están dirigiendo  estos días a las secretarías de sus centros para firmar su consentimiento para que la Administración consulte si su nombre figura en el Registro Central de Delincuentes Sexuales. Y lo hacen porque los directores han recibido una carta con instrucciones para confeccionar dos listas: las de quienes dan su autorización y la de quienes no la dan.

“Yo no tengo nada que ocultar”. Esa es la justificación que aducen algunos para firmar, para aceptar que su inocencia deba ser certificada. “Hay que hacerlo, si no te pueden echar”. Es el temor de otros que entienden como obligatorio un acto que es voluntario. "Yo firmo lo que me digan y así me evito problemas". Lo dicen los que tienen más prisa que interés por estos temas. Aunque también hay otros que sienten una mezcla de desazón y miedo. No les gusta firmar algo así, pero temen que si no lo hacen alguien pudiera pensar que son tibios con los delitos sexuales, que con su actitud protegen a los delincuentes y no a los menores.

Lo que describen los dos párrafos anteriores sí que da miedo. Si unos funcionarios que pueden llevar décadas trabajando en educación aceptan como un trámite que se les pida que certifiquen su inocencia o temen las consecuencias que pueda suponerles no hacerlo, es que las cosas van mal. Muy mal.

21 de mayo de 2016

¿Mejor votamos?

“Como no nos vamos a poner de acuerdo, mejor lo votamos”. Lo he oído mil veces en esta profesión. Es una frase habitual en esos equipos docentes que encuentran más fácil votar que razonar. Mucho más rápido y menos complicado. Resolver los problemas contando manos alzadas siempre es más sencillo que analizar datos, contrastar argumentos y consensuar decisiones. Es la democracia burocrática. La de unos equipos profesionales y unos órganos colegiados que entienden que la mejor manera de tomar decisiones es votando. Y haciéndolo pronto. Sin pensar mucho. Como les gusta a los que no atienden a razones, los que confunden el diálogo con la disputa y el desacuerdo con la crispación.

La del voto rápido es la democracia banalizada. La de los poderes tácitos. La de quienes saben que el resultado de muchas votaciones no depende de la importancia de lo que se decide, ni de los argumentos que se exponen. Depende de quién lo propone, de quién se opone, de a qué grupo refuerza y a qué grupo molesta el resultado de lo que se vota.

Los defensores de esa democracia trivializada tienen alergia al debate. No creen en la cultura del diálogo ni en buscar el consenso a través de las razones. Saben que en el contraste de argumentos pueden salir malparadas la inercias, que los poderes implícitos resisten mejor si sus intereses no son desvelados, que la votación inmediata es la mejor forma de atajar la funesta manía de pensar que tienen esos réprobos que no aceptan la adhesión como la única forma de integración en las culturas profesionales.