26 de febrero de 2016

Logística y deontología

(Publicado en Escuela el 25  de febrero de 2016)

Aunque aún no han aparecido en el glosario de las modas pedagógicas que se van sucediendo en educación, esas dos palabras bien podrían caracterizar el quehacer cotidiano del docente. Descontando que haya tenido una buena formación universitaria en la especialidad que enseña y que ese campo le apasione (y quizá sea mucho descontar), las cualidades de un buen profesor quizá podrían resumirse en sus habilidades logísticas y en sus virtudes deontológicas para el trabajo educativo.

Organizar acciones complejas y graduadas, en las que participa un buen número de personas de características diversas, utilizando recursos variados en espacios polivalentes y en tiempos definidos podría ser una buena definición de la labor del docente en el aula. Su trabajo exige unas cualidades para la logística que serán tanto mayores cuanto mayor sea el número de alumnos a los que atiende, más heterogénea la composición de los grupos o más complejos los aprendizajes que ha de promover. Y, tras el advenimiento de nuevos modos de interacción humana, esas habilidades también son requeridas para gestionar la relación educativa en los entornos virtuales.

Por otra parte, la organización de un centro escolar es bastante más que la coincidencia en aulas y horas semanales entre alumnos y profesores. Por eso no es solo el jefe de estudios quien debe tener habilidades logísticas para la organización escolar. Cualquier profesor debe saberse parte activa de una organización en la que el todo es más que la suma de las partes y debe asumir que la jefatura de estudios del centro no es como su ministerio del interior o su unidad militar de emergencias. El ministerio de justicia, el de fomento o simplemente el de educación son metáforas mejores para caracterizar su verdadera función.