28 de enero de 2016

Adanismo y carrera docente

(Publicado en Escuela el 14  de enero de 2016)

En los próximos años se producirá una renovación generacional muy significativa en el profesorado español. Por eso, el debate sobre su selección, formación y evaluación tiene más interés que el de la mera discusión coyuntural sobre determinadas propuestas mediáticas surgidas al calor de la contienda electoral. Lo peor de ellas es el adanismo con que plantean para un futuro perfecto cosas que ya existen ahora y que quizá podrían (y deberían) ser mejoradas en un presente continuo menos ruidoso. El ejemplo más claro es la referencia recurrente a ese MIR educativo ideal (¿se llamaría PIR?) que curiosamente acaba sirviendo de coartada para suponer que el actual máster del profesorado de secundaria es igual de inútil (¿tiene que serlo?) que aquel CAP extinguido hace ya siete años.

El efectismo de esas propuestas oculta, sin embargo, una visión bastante tradicional e ingenua de unas destrezas profesionales que, en el caso de los docentes, se siguen reduciendo al dominio de unos saberes y a la habilidad para conseguir que los alumnos los aprendan. Aparentemente lo primero lo garantizaría la selección del profesorado y lo segundo el periodo de prácticas. Nada nuevo bajo el sol. Las oposiciones del profesorado de secundaria han valorado siempre el dominio de los contenidos de la especialidad. Algo que, excepto en las especialidades poco demandadas por sus titulados universitarios y a las que opositan los de otras (como sería el caso quizá de las matemáticas), no deja de ser redundante con la formación universitaria ya acreditada. En cuanto a las prácticas, por muy importantes que sean y muy en serio que se planteen (y el actual prácticum del máster de profesorado de secundaria se está haciendo bastante bien en muchos sitios), si la selección del profesorado es previa y centrada solo en conocimientos demostrables en exámenes, seguirán manteniendo el carácter de trámite que siempre han tenido. De hecho, nadie suspendía ese año de prácticas que supuestamente definía el primer curso tras la oposición. Desde luego, no sería mala idea alargar el prácticum pero, tan importante como su duración, es el valor de su contenido y su relevancia para el acceso a la profesión.

Otra de las cosas que las propuestas adanistas creen que arreglarían por la vía rápida es la evaluación del profesorado. La idea es bien simple: hay que incentivar a los mejores y para ello todos los docentes debe sentir que se les evalúa. Es verdad que es poco defendible la situación actual en la que se puede cobrar más por hacer menos (véase los catedráticos de secundaria) y en la que la valoración y gratificación que recibe el docente más comprometido suele ser solo íntima y personal. Pero suponer que lo que incentivaría a ese buen docente sería ganar más dinero o ascender en el escalafón es entender muy poco sobre la naturaleza de este trabajo. Por lo pronto, con que no recibieran más (no solo dinero, también atención y confort) quienes dan menos ya sería un buen comienzo. Luego no estaría mal mejorar las condiciones de trabajo haciendo que el cómputo del mismo no atienda solo a las horas lectivas semanales. Porque, aunque parece que se ha olvidado, 20 horas suponen más trabajo que 18, pero suponen mucho más para un docente que tiene el doble de alumnos que otro. Asimismo vendría muy bien que la organización escolar fuera más flexible y no siguiera privilegiando las lógicas taifales tradicionales sino que favoreciera la autonomía, la cooperación, la creatividad y la innovación. Todo eso es menos llamativo (y menos simple) que establecer una carrera docente vertical y graduada asignando complementos económicos crecientes en cada tramo. Pero facilitaría las condiciones que hacen más probable el compromiso, individual y colectivo, de los docentes con su labor.

Mejor que imaginar sistemas de acceso y evaluación que, por lo demás, verán bastante mermado su potencial revolucionario cuando se las tengan que ver con la presión de los sindicatos  y con las coyunturas demográficas que se avecinan, quizá convenga repensar las capacidades que requiere el trabajo docente en las instituciones educativas del siglo XXI. Para ello habría que comenzar por definir las destrezas, competencias, habilidades o virtudes que deben caracterizar a una profesión que hoy trabaja en entornos escolares y sociales mucho más complejos que los de aquellos tiempos en los que ser buen profesor consistía simplemente en saber cosas y explicarlas bien. Y para eso el adanismo está de más.

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