7 de enero de 2015

Niemeyer y Cascos: el sueño y la pesadilla

(Escrito el 13  de diciembre de 2011)

He tenido un sueño. En mi ciudad, Avilés, ocurría un milagro. Oscar Niemeyer, el genial arquitecto brasileño de las curvas blancas, nos regalaba  unos bellos edificios para la cultura y una gran plaza para el encuentro entre las personas.

En mi sueño ese sueño se hacía realidad. Una noche de marzo Woody Allen y su banda inauguraban esa plaza ante más de diez mil personas. El neoyorquino era el encargado de hacer la primera programación de cine en versión original del Centro Niemeyer. Por él aparecían gentes como Julian Schnabel, Jessica Lange, Volker Schlöndorff, Isabel Coixet o Wim Wenders. Carlos Saura inauguraba la maravillosa cúpula con una exposición que, tratándose de Saura y tratándose de un nacimiento, tenía que llamarse Luz. También venían otros grandes para diferentes gustos: Yo-Yo Ma, Paco de Lucía, Gilberto Gil, Joan Manuel Serrat, Enrique Morente, Avishai Cohen, Luz Casal, John Mayal, Paquito D’Rivera, Chano Domínguez.... En mi sueño el Centro Niemeyer era un nodo cultural de primer nivel internacional que también estaba abierto a los creadores locales: Niemeyer by Fontela era la segunda exposición en la cúpula. En la sala de cine todos los días había proyecciones en versión original de grandes clásicos y también estrenos actuales y ciclos relacionados con las demás actividades del centro. Debajo del auditorio había un club para conciertos más íntimos de jazz y otras músicas. También se hacían en el Centro Niemeyer congresos, cumbres, actos públicos de organizaciones internacionales en los que Ban Ki-moon desde la ONU o Enrique Iglesias desde la SGIB nos saludaban por videoconferencia. El New York Times organizaba aquí uno de sus fines de semana culturales por primera vez en Europa. El carácter abierto y plural del Centro Niemeyer permitía que un día pudiéramos escuchar a Felipe González hablando del futuro de Europa y otro asistir a la presentación del último libro de Sánchez Dragó. Miles de escolares participaban gratuitamente en distintas actividades y algunos de ellos recibían clases de teatro de actores del Old Vic. Nuestros jóvenes se encontraban cara a cara con los grandes de la cultura y conversaban con ellos.  En mi sueño personas de todas las edades iban cada día a la gran plaza del Niemeyer para disfrutar de lo que allí pasaba o simplemente para disfrutar pasando por allí. Esta pequeña ciudad de ochenta mil habitantes y esta región de apenas un millón estaban pletóricas. Llegaban gentes de todo el mundo que llenaban nuestros hoteles y animaban nuestras calles. A finales del verano muchos venían a ver el magnífico Ricardo III de Sam Mendes que interpretaba Kevin Spacey aquí en Avilés. La prensa internacional se hacía eco de ello y se deshacía en elogios hacia el Centro Niemeyer. El sueño seguía con María Pagés que estrenaba aquí su Utopía inspirada en la obra del propio arquitecto centenario. Pero la evocación de la maldad de Ricardo III no parecía dejar que continuara este sueño utópico y de pronto surgió la pesadilla.
En ella se oían unas palabras: “La alternativa es hoy  situarse más allá de la derecha o de la izquierda. Consiste en pensar a partir de un arraigo propio, desde las identidades nacionales que conforman los ecúmenes culturales o las regiones del mundo. Es desde las tradiciones naturales de los pueblos, donde mejor se muestra la oposición a las sociedades globales y sin raíces." No eran palabras de los años treinta. Las pronunciaba en nuestro parlamento un diputado regional con motivo de los actos del Día de Asturias. Realmente esas palabras no eran suyas. Las había plagiado de un autor argentino defensor de caudillismo. El diputado era el portavoz del grupo de FAC, siglas que coincidían con el nombre y los apellidos de Francisco Álvarez Cascos y que  identificaban al partido con el que se había presentado a las elecciones. Aunque había tenido menos votos que el PSOE, 16 de los 45 diputados de nuestro parlamento lo habían hecho presidente. Álvarez Cascos era aquel ministro de Fomento que al final de su mandato decidió que 42 millones de euros de entonces se destinaran a la construcción del innecesario aeropuerto de Huesca y que ahora se empeñaba en destruir el sueño del Centro Niemeyer. El proyecto nos lo había regalado el propio arquitecto y su construcción había costado lo mismo que aquel aeropuerto absurdo [263 pasajeros en 2014, 3 millones de euros de gasto anual y 75 millones en perdidas acumuladas]. Por el Centro Niemeyer habían pasado en pocos meses un millón de personas y tenía un éxito internacional incuestionable. En la pesadilla, Álvarez Cascos había nombrado consejero de cultura a un señor que despotricaba en el parlamento regional contra las actividades del Centro Niemeyer mostrando tanto odio con sus gestos como ignorancia con sus palabras. El partido de Álvarez Cascos se presentaba a las elecciones generales de noviembre con el propósito de alcanzar grupo parlamentario. Por suerte, fracasaba estrepitosamente y solo obtenía un escaño: el del Enrique Álvarez Sostres, aquel inspector de educación que no tenía pudor en plagiar ideas hostiles hacia lo universal.
Éramos miles los asturianos que nos echábamos a la calle para defender el centro Niemeyer. En Avilés se hablaba del espíritu Niemeyer y recibíamos el aliento y el apoyo de gentes de todo el mundo. El propio arquitecto centenario nos escribía una carta en que se solidarizaba con nosotros y elogiaba a los gestores del centro. Kevin Spacey hacía lo mismo cuando le entrevistaba la prensa británica. Sabíamos que esta lucha era la de tantas veces: la de la defensa de la cultura universal y la creatividad contra quienes detestan la primera y quieren controlar la segunda. Nuestro sueño se debatía contra su pesadilla.
Cuando desperté el Centro Niemeyer todavía estaba allí. Pero el dinosaurio lo asediaba.

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