26 de abril de 2013

Lectivas y complementarias

(publicado en Escuela el 25 de abril de 2013)

Esas son las categorías primordiales que distinguen las horas de trabajo de los docentes. Una distinción que tiene muchas décadas y que solo ha sido perturbada por el reciente incremento del tiempo lectivo semanal.

La escisión entre lo lectivo y lo complementario está tan naturalizada que casi no reparamos en su rancia semántica. Las horas esenciales son las lectivas, las de la lectio. Las demás son complementarias, es decir, accesorias, casi prescindibles. De hecho, varían en número, definición y uso. Solo las guardias o vigilancias se mantienen invariables, incluso con esos nombres, en casi todos los lugares. De modo que el trabajo docente consistiría básicamente en impartir lecciones o en vigilar a los alumnos cuando otros no las imparten. Y seguramente así era hace años, pero parece poco adecuado suponer que sigue (o debe seguir) siendo así hoy.

18 de abril de 2013

Instrucción pública

En el ámbito educativo pocas expresiones tienen tanto pedigrí como esa. La organización de la instrucción pública era el propósito de aquel informe con el que en 1792 Condorcet inauguró el imaginario de la escuela republicana. De la instrucción pública también trataba el informe Quintana que pretendía, hace ahora doscientos años, que en España la educación dependiera del Estado. La Constitución de 1812 ya incorporaba esa expresión que, asimismo, presidió la Ley Moyano de 1857. Y, aunque la República no tuvo tiempo para cambiar muchas cosas, las icónicas Misiones Pedagógicas o el proyecto de Lorenzo Luzuriaga que apostaba por una escuela pública laica, gratuita, activa y coeducativa se han asociado estrechamente con ese concepto que parece vincular la extensión de la educación con la emancipación individual y el progreso social. Por otra parte, que el franquismo renegara de esa expresión (en 1939 la suprimió del nombre del ministerio) ha favorecido que la instrucción pública siga manteniendo hoy cierto aura de progresismo venerable.

Así, quien la reivindica parece conectar con la mejor tradición educativa y cargarse de razón (más bien de emoción) al exponer sus ideas. Ese es el caso de Antonio Muñoz Molina, quien apelaba recientemente a ella (“Memoria crítica”, El País, 30 de marzo de 2013) para criticar, una vez más, los efectos de la LOGSE y defender las posiciones de quienes la consideran causa de grandes males y extravío culposo de la senda de una instrucción pública verdaderamente emancipadora.